miércoles, 23 de octubre de 2013

Mahler en los Mantería, por Oskar L. Belategui

La Seminci son veinte años cruzando la Plaza Mayor después de salir de la última sesión de los Roxy a la rasca castellana. Veinte años de entrevistas en el Olid, con sus dorados setenteros, moqueta e hilo musical –el día que lo reformen nada será lo mismo– y veinte años de cafés con barra de mármol y ‘El Norte de Castilla’ de mano en mano. De acuerdo. Valladolid no tiene la Concha ni su alfombra roja causa alboroto. Pero después de la vorágine donostiarra, la Seminci permite trabajar de manera más humana y recuperar lo que se ha escapado de Cannes, Venecia o Berlín. El director es la estrella. La Seminci, digámoslo ya, siempre ha sido mi festival favorito.

Solo aquí he salido traspuesto después de ver el mismo día Una historia verdadera y El show de Truman. ¿Ken Loach? ¿Mike Leigh? ¿Takeshi Kitano? ¿los Dardenne? A todos los descubrí en Valladolid y profundicé en su filmografía gracias a libros modélicos editados por el festival, como aquella maravilla con las escenografías de Alexandre Trauner o el que este año se dedica a Paul Schrader. Solo aquí he tenido a Arthur Penn y a Paul Auster a mi disposición. Solo en el teatro Calderón Stanley Donen ha bailado claqué. Solo aquí he enlazado una tras otra las películas de Luchino Visconti y he recorrido el camino de los llorados Renoir Mantería al Felipe IV con el ‘Adagietto’ de Mahler todavía en mi cabeza. Larga vida a la Seminci.

Oskar L. Belategui 

Oskar L. Belategui es redactor de Cultura y crítico de cine del Diario EL CORREO.

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