jueves, 24 de octubre de 2013

Veinte años de emociones, de Andrés Arconada

Veinte años no es nada, como dice el bolero, pero parece que fue ayer cuando asistí por primera vez a la SEMINCI. En esta 58ª edición estoy por la labor de recordar lo que ha sido para mí una cita obligada y gozosa a este festival. Aún recuerdo, como si fuese ayer, aquella primera vez porque era una cita ansiada.
Por aquel entonces yo ya había asistido a otros festivales pero nunca a éste, hasta que llegó la invitación. La ilusión por ver de cerca un certamen donde se habían descubierto tantas buenas películas y directores, que luego se hicieron célebres, o sorpresas cinematográficas, que posteriormente tuvieron una gran repercusión en taquilla, hacía que aquella primera cita fuese especial. Y tanto que lo fue, porque además de todo eso me encontré con un festival dinámico y cercano donde había tiempo para hablar y comentar con los propios protagonistas la obra expuesta, discutir con tus colegas la jornada del día, y ver el esfuerzo y la ilusión de todos los que trabajaban para sacar adelante el certamen.

Desde entonces siempre y cada vez que se aproximan estas fechas se me produce en el estómago un hormigueo constante por saber con qué me voy a encontrar. Y lo mejor de todo es que sé que me iré sin ninguna decepción. A pesar de los tiempos que corren, y como dice su actual director mi querido Javier Angulo, Valladolid volverá a ser el reducto donde contemplar cine de autor, tanto de consagrados como de aquellos por descubrir. En un momento en el que las salas cierran y en las que quedan apenas se ve este tipo de cine, la SEMINCI es un lujo que los aficionados al cine no nos podemos perder. Así que estoy esperando llegar a la recepción del Hotel Olid Meliá porque al igual que hace veinte años empieza la aventura que sé que tendrá un final feliz, el del año que viene, con una nueva edición, la 59ª. Pero esa será otra historia.

Andrés Arconada

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