lunes, 21 de octubre de 2013

Seminci, un festival de tamaño natural, por Conxita Casanovas

Valladolid huele a cine.

Después de muchos años de haber oído hablar de la Seminci con fervor casi religioso por parte de críticos que la frecuentaban y de tenerla mitificada, pude comprobar personalmente qué tenía este Festival que lo hacía querido y particular y sobre todo que lo había hecho perdurar en el tiempo. Eran otros tiempos y se iban incorporando novedades y nuevos elementos pero el certamen, contra viento y marea, mantenía su personalidad.

Siempre he pensado y digo que la Seminci se desmarca de otros festivales porque te permite hablar relajada y acompasadamente del cine que nos apasiona. A mí me ha dado la oportunidad de mantener conversaciones, sin cronómetro, que es lo que ahora se estila, con directores interesantísimos como Atom Egoyan o Costa-Gavras, o simpatizar con Paskaljevic, celebrando sus Espigas de Oro que el hombre nos mostraba orgulloso en el ascensor del hotel. Inolvidable fue la noche en que el  chileno Matías Bize se convirtió en el más joven ganador del certamen, un subidón increíble. Fue una noche vibrante, con todos aquellos novios que le salieron de repente y le hacían proposiciones. O cuando Gerardo Olivares se convirtió en el primer ganador español, en otra edición para la historia. 
Y llegar al aeropuerto y helarte a dos bajo cero, una temperatura que olvidabas en cuanto entrabas en contacto con la calidez de los vallisoletanos. Estoy pensando en Angélica, que espera mis puntuaciones para El Norte de Castilla. Para mí Valladolid es deshojar la margarita, el me gusta, no me gusta, a la salida del cine.

Y qué decir de los sofás del Olid, siempre tan bien ocupados, donde los grandes popes del cine debaten los temas más diversos. Entre mis recuerdos de Seminci, la ahora flamante finalista del Planeta Ángeles González Sinde saltándose el protocolo de Ministra de Cultura para sentarse a charlar con nosotros; las  sobremesas con el hoy presidente de la Academia de cine, Enrique González Macho en el "El caballo de Troya", donde nos contaba cómo se inició en el duro negocio del cine; conversaciones de madrugada con grandes actores y mejores personas, María Barranco por ejemplo, o la posibilidad de estrechar amistad con Mar Targarona o Luisa Matienzo, productores, con los que en casa sólo cruzas unas palabras porque las prisas no nos permiten detenernos demasiado.

Charlas con uno de los escritores más cinéfilos que conozco, Gustavo Martín Garzo, siempre un placer escucharle. Los clásicos de fútbol, Barça-Madrid, compartidos con la gente de cine más futbolera. Sin duda, grandes momentos que van unidos a un Festival al que Javier Angulo y su encantador y eficaz equipo han revolucionado en el mejor sentido de la palabra. Si algo puede resumir todo lo dicho y lo no dicho, es que la Seminci tiene carácter.

¡Ah! Y sé que este año andarán por ahí para apoyarnos los fantasmas de Beatrice Sartori y el amigo Galiardo, y Sancho Gracia, entre otros que nos han dejado y que nos acompañarán plácidamente. 

Conxita Casanovas



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Solo los necios confunden opinar con faltar el respeto a los demás. Tus opiniones serán siempre bienvenidas.