Valladolid huele a cine.
Después de muchos años de haber oído
hablar de la Seminci con fervor casi religioso por parte de críticos que la
frecuentaban y de tenerla mitificada, pude comprobar personalmente qué tenía este
Festival que lo hacía querido y particular y sobre todo que lo había hecho
perdurar en el tiempo. Eran otros tiempos y se iban incorporando novedades y
nuevos elementos pero el certamen, contra viento y marea, mantenía su
personalidad.
Siempre he pensado y digo que la Seminci
se desmarca de otros festivales porque te permite hablar relajada y
acompasadamente del cine que nos apasiona. A mí me ha dado la oportunidad de
mantener conversaciones, sin cronómetro, que es lo que ahora se estila, con
directores interesantísimos como Atom Egoyan o Costa-Gavras, o simpatizar con
Paskaljevic, celebrando sus Espigas de Oro que el hombre nos mostraba orgulloso
en el ascensor del hotel. Inolvidable fue la noche en que el chileno Matías Bize se convirtió en el más joven
ganador del certamen, un subidón increíble. Fue una noche vibrante, con todos
aquellos novios que le salieron de repente y le hacían proposiciones. O cuando
Gerardo Olivares se convirtió en el
primer ganador español, en otra edición para la historia.
Y llegar al aeropuerto y helarte a dos
bajo cero, una temperatura que olvidabas en cuanto entrabas en contacto con la
calidez de los vallisoletanos. Estoy pensando en Angélica, que espera mis
puntuaciones para El Norte de Castilla. Para mí Valladolid es deshojar la
margarita, el me gusta, no me gusta, a la salida del cine.
Y qué decir de los sofás del Olid,
siempre tan bien ocupados, donde los grandes popes del cine debaten los temas
más diversos. Entre mis recuerdos de Seminci, la ahora flamante finalista del
Planeta Ángeles González Sinde saltándose el protocolo de Ministra de Cultura
para sentarse a charlar con nosotros; las
sobremesas con el hoy presidente de la Academia de cine, Enrique
González Macho en el "El caballo de Troya", donde nos contaba cómo se
inició en el duro negocio del cine; conversaciones de madrugada con grandes
actores y mejores personas, María Barranco por ejemplo, o la posibilidad de
estrechar amistad con Mar Targarona o Luisa Matienzo, productores, con los que
en casa sólo cruzas unas palabras porque las prisas no nos permiten detenernos
demasiado.
Charlas con uno de los escritores más
cinéfilos que conozco, Gustavo Martín Garzo, siempre un placer escucharle. Los
clásicos de fútbol, Barça-Madrid, compartidos con la gente de cine más
futbolera. Sin duda, grandes momentos que van unidos a un Festival al que
Javier Angulo y su encantador y eficaz equipo han revolucionado en el mejor
sentido de la palabra. Si algo puede resumir todo lo dicho y lo no dicho, es
que la Seminci tiene carácter.
¡Ah! Y sé que este año andarán por ahí
para apoyarnos los fantasmas de Beatrice Sartori y el amigo Galiardo, y Sancho
Gracia, entre otros que nos han dejado y que nos acompañarán plácidamente.
Conxita Casanovas
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