Si
alguna vez se hubiera celebrado una reunión de los más grandes
productores del mundo, como aquella que los más grandes directores
hicieron en Hollywood, en 1972, invitados por George Cukor, con presencia de Luis Buñuel, en esa cita hubiera estado muy probablemente Elías Quereja. Con
su muerte (muy sentida) se va el más grande productor que ha existido
en la historia del cine español y entre los más importantes en Europa en
los últimos 50 años.
Un
apasionado del cine, tanto casi como del fútbol, Querejeta tuvo algo de
visionario: a partir de la Escuela de Cine de Madrid y otros
movimientos de los años 60 del siglo pasado, como fueron la Escuela de
Cine de Barcelona, entendió que comenzaba un nuevo tiempo para nuestro
cine. Intuyó que había llegado en el lugar preciso y en el momento justo
para pelear por un cine español distinto, para sacarlo de los estudios
en los que estaba encasillado, anquilosado.
Supo
que había llegado la hora de asumir el compromiso social, cultural y
político que demandaban los tiempos y decidió apoyar a una serie de
directores jóvenes (no mucho mayores que él), realizadores rebeldes,
especiales, inquietos, que querían hacer cine de autor, cine realista,
pegado al sentir de la calle. Un cine nuevo español, con aromas del pasado (siguiendo el rastro de los Berlanga, Bardem o Buñuel)
pero mirando la modernidad que venía de Francia donde la 'Nouvelle
Vague' había dinamitado el academicista cine francés de postguerra.
Y Querejeta, que amaba el cine, que era creativo y exigente, comenzó a apoyar a cineastas con Jorge Grau, Antxon Eceiza, Paco Regueiro, Montxo Armendáriz, Victor Erice, Jaime Chávarri, Ricardo Franco, Manuel Gutiérrez Aragón y, sobre todo, Carlos Saura, con quien escribió las páginas mas importantes del cine español durante años.
No
es arriesgado ni excesivo hablar de 'toque Querejeta' porque él no solo
sabía buscar dinero o sortear como nadie a la censura franquista (en
ello empleó toda su inteligencia y su
simpatía-seductora-de-zorro-vasco), sino que se implicaba (y mucho,
hasta llegar a veces a la confrontación con el director de turno, fuera
quien fuera) en el guion de las películas que, a veces, eran tan suyas
como del realizador.
Elías
no se durmió en los muchos laureles que consiguió el cine español en
festivales del mundo (sobre todo Cannes y Berlín), donde raramente se
habían logrado premios (con excepción de Berlanga y Bardem) y siguió nuevos rastros de ingenio en jóvenes directores españoles. Y así llegaron Fernando León de Aranoa, el documentalista Javier Corcuera o su propia hija, Gracia Querejeta, con la que, además,firmó estupendos guiones.
Acabó
su vida produciendo documentales, acaso porque creía que esa era una
nueva forma más comprometida de contar la realidad que las televisiones y
los medios de comunicación nos ocultaban o no explotaban como se debía.
La historia de un grande del cine español como Elías Querejeta serviría
para películas de ficción y documentales, que, seguramente, estarían
llenas de vitalidad, honestidad y pasión. Tres señas de identidad de
Querejeta.
¡Agur Eliatxo!
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